Microbiota y el COVID

La pandemia llegó para quedarse, y eso ha quedado demostrado en cada acción que realizamos en nuestra nueva normalidad, pero el cambio más evidente en nuestra rutina es la higiene.
Desde el lavado compulsivo de manos, pasando por los distintos tratamientos de desinfección a los que son sometidos ambientes y alimentos, consumo indiscriminado de antibióticos y también el uso de los glucocorticoides han incidido notablemente en la microbiota intestinal.
La antes diversa y ancestral microbiota intestinal, que hoy en día se barajan numerosas teorías sobre el influjo que esta ejerce en números procesos fisiológicos en nuestro organismo, desde el propio sistema digestivo, nervioso e inmunitario.
Sabemos que la alteración o pérdida de la microbiota tiene efectos negativos en el desarrollo de enfermedades no transmisibles, como el asma, diabetes y enfermedades cardiovasculares para nombrar algunas. La falta de exposición a distintos estímulos inmunitarios en la infancia (niño burbuja), se sabe que es un factor para el desarrollo de asma, donde la microbiota juega un papel importante para el desarrollo de autoinmunidad, en este caso alérgica, así como uso de antibióticos, sanitización del agua, etc.
Desde épocas prehistóricas hemos sido azotados por diversas plagas, con altísimas mortalidades, donde se ha ido perfeccionando las nociones de bioseguridad para evitar la propagación de los distintos agentes infecciosos, desde instaurar cuarentenas, manejo de residuos y por supuesto la higiene personal y colectiva.
La respuesta al COVID, emanada por organismos internacionales y estatales ha sido principalmente el énfasis sobre el lavado de manos y limpieza de superficies (hoy en día se ha visto que la transmisibilidad es mínima por esta vía), lo cual afectará de una manera ineludible (nuevamente) a nuestros huéspedes ancestrales intestinales.
No existe muchos estudios al momento sobre el efecto de esta pandemia sobre nuestro microbiota intestinal, incluso puede existir alteraciones por el efecto citopático directo del virus sobre las especies nativas intestinales, y sobre esto añadir diversas variables socioculturales y demográficas (Edad, sexo, dieta, tratamiento, etc.) que se pueden añadir para una disbiosis de la microbiota.
En pequeños estudios se evidencian proliferación de flora oportunista, como por ejemplo familias de Clostridium y Cándida y supresión de otras bacterias benéficas mostrando cierta correlación con una mayor gravedad de la enfermedad. Curiosamente hay evidencia de una relación inversa entre la calidad del agua (esto en países en vías de desarrollo) y una menor severidad de la enfermedad, por tanto, es curioso que la “falta de higiene” sea un factor aparentemente protector. Por supuesto que esto aún está en fase de estudio, no se puede recomendar consumir agua de lavabo como medida preventiva o atenuante en un contexto de pandemia, y esto sin contar comorbilidades, tratamientos previos que pueden poner distintos sesgos a estas observaciones.
¿Pero qué podemos hacer nosotros en el día a día?, ¿existe alguna medida para regular nuestra microbiota, protegernos de esta “excesiva” higiene y sus consecuencias?
Si, generalmente el consumo de una dieta saludable rica en fibra puede darnos alguna resistencia contra la COVID 19, los extremos (malnutrición y obesidad) se han visto sumamente deletéreos en aspectos de mortalidad asociada a la infección, ahora las condiciones actuales favorecen a tener menor control en relación a lo que uno ingiere y su calidad, las comidas por delivery se han visto favorecidas en lugar de la comida elaborada en el hogar, y con preferencia en malos hábitos pues la mayoría de esta no es particularmente saludable para un buen vivir.
Además que todo esto afecta a distintos grupos sociales, los infantes que desde ya su crecimiento ya no es de todo “fisiológico” , pues existen múltiples condiciones, que no pueden llamarse noxas en sí, pero por ejemplo: los nacimientos por cesárea, uso de fórmula en la lactancia y aislarlos de contactos animales y humanos en la infancia (por consiguiente menos exposiciones a infecciones) a alterado las enfermedades que se suceden posteriormente, de un ambiente pro infeccioso, a uno crónico/autoinmune, con sus respectivas consecuencias en nuestro estilo de vida.
Pero si uno pensaba que con la edad adulta y vejez esto perdía relevancia, déjeme decirle que no. Sabemos muy bien que ser geronte es un factor de riesgo de gravedad y mortalidad de la COVID 19, y en ambientes cerrados donde conviven los adultos mayores (residencias) se ha visto brotes de la enfermedad con altos grados de mortalidad, donde una vez más nace la pregunta, este microambiente de ancianos, repercute en su microbiota, y si esta los hace susceptibles a una infección más grave?, esas son preguntas que nacen en base de investigaciones relacionadas sobre la mortalidad de este grupo, aún no existe una conclusión sobre este aspecto, pero, separando otros factores de riesgo inherentes, seguramente la disbiosis se encuentra ejerciendo un rol.
Es sensato de concluir que aún queda mucho por investigar y aprender, la microbiota es el tema de actualidad en muchos ámbitos, principalmente en aquellos que ciertas enfermedades o condiciones podrían explicarse por lo que comemos o no comemos. Siempre queda el dicho “eres lo que comes” y ahora con esta pandemia este paradigma puede cambiar también a lo que no comes y no comiste antes.